lunes, enero 19, 2009

sex and the city



Los sonidos del reggaetton se mezclaban con la luz de una camioneta blanca y los gritos de un loco insolente en mitad de la calle. La noche era pura brisa, oscuridad placentera fuera de todas las leyes y convicciones humanas.

En el parque de la música la fuente lanzaba chorros de agua iluminada y la gente tomaba fotos, familias, adolescentes precoces, vagabundos que podrían ser violadores o vendedores de tinto. A su derecha 2 chicas conversaban sentadas en una banca mientras el pequeño e impúber hermano las observaba. Una tiene el peinado a lo Lain, con pantalones anchos a rayas, la otra unas enormes y hermosas tetas y piel parduzca. Desolada por haber roto con su novio de toda la vida. Que hacer? Vino? Drogas? Quisiera cortarse las venas, cual Emo, lanzarse de un puente elevado, ahogarse en el llanto. Pero la música decembrina y las luces la animan un poco. Mejor recuperarse, ir a nuevas fiestas, salir en el carro de sus padres hasta Cajamarca, irse a acampar. Ponen algo de Andrés Cepeda, Ríen. A su lado un chico de barbita discute con un sociólogo sobre la vida desperdiciada por el abuelo. Mucho dinero y tierras perdidas, por los errores de los viejos. Habría que examinarlo a la luz de nuevos autores, desmenuzarlo, reducirlo a una tesis doctoral. El chico de barba piensa romántico en su herencia desperdiciada pero luego ríe, manipula conceptos, se acomoda la gorra rastafari. Volvemos la mirada a las chicas, quisiera ofrecerles vino, droga, un apartamento libre de padres y la mirada d de adultos. La noche transcurre su curso, tic, tic se mueve el reloj, se hace tarde y debo regresar al apartamento de los adultos. Camino hacia la plaza central. Una mujer de tetas caídas me mira con recelo, le pregunto la hora y ella sonríe, me responde con precioso acento que no tiene reloj y la verdad quisiera invitarla a tomar una cerveza. Pero mejor seguir, bajar por la tercera, mirando los cuerpos un tanto demacrados de las vendedoras callejeras, su ropa usada, su aliento a reggetton. Los almacenes están cerrados pero aun se ven personas, parejas, gente perdida en la familia. Llamando por celular veo a una mujer alta, morena, con un corto vestido azul. Una mujer tan hermosa solo puede ser la novia de un paraco – pienso. La mujer ni siquiera me mira, aunque debe ser la muchacha más hermosa de la noche. No me importa nada y cuando termina la llamada comienzo a seguirla, tercera hacia abajo, por la 15.
Tiene un culo asombrosamente perfecto, rostro de marica estilizado, piernas delgadas. No le importa que la siga… y la sigo.
Caminamos hasta la 15 y allí se detiene otra vez a llamar. Yo la espero en una cafetería de la peor calaña, donde suena algo de Johnny Rivera y ya parecen estar próximos a cerrar. En la puerta una chica en minifalda con una cara preciosa, espera a alguien o a algo con aprehensión. Podría invitarle a tomar cerveza o al menos gaseosa. Mientras tanto la chica de azul sigue llamando.
Pasan uno minutos. Llega un gordo en moto y le dice a la chica de la minifalda. –Camine mami a pasear. La muchacha duda un momento. Luego sonríe se pone el casco. Quisiera ser un gordo con moto. En los escasos segundos que ocurre este encuentro pierdo de vista a la chica del vestido azul, y ella ha desaparecido. Corro en cualquier dirección unas 2 cuadras pero todo es oscuridad, ni siquiera a lo lejos se ven rastros de algún trapo azul. Corro ahora en la dirección inversa, atravieso la calle. Nada tampoco. Entro por desparche a una tabernucha motel que queda en el segundo piso de la cafetería, y pido una cerveza. Una muchacha sola en una mesa me sonríe maliciosa. En el resto de las mesas, parejas y grupos de personas se ríen y toman. Pasa un gato blanco . Suena reggetton y 2 parejas se animan a bailarlo sin gracia. La muchacha maliciosa sigue sola y me acerco. Tiene 2 cervezas pero sonríe al ver que me acerco. Entra su acompañante, un imbécil flaco y sin gracia, pero es suficiente amenaza para mí. Decido rendirme, abandonar la empresa. Dejo la botella y bajo las escaleras. En la puerta una puta gorda me recibe con una sonrisa maligna, pero ofrece su carne, su cuerpo. El acompañante la mira borracho. Suba pa´la pieza. La puta gorda me mira tratando de asegurar el siguiente negocio, luego me da la espalda y sube las escaleras.

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